— Te contaré una historia que siempre me pone sentimental…
— Abuelo, me has contado muchas historias hoy, ¿nunca se acaban?
— Una vida de experiencias te deja muchas historias, esa es la certeza de una vida exitosa… Hace mucho tiempo, cuando nuestro sistema solar tomó orden y quedó más o menos como lo conocemos hoy, sucedió algo extraordinario, algo que nadie se esperaba.
— No había nadie que esperara nada, o sí?
— Ja, ja, ja. Déjame contar la historia, ¿quieres? — Se ríe el abuelo algo fatigado y prosigue meciéndose en la silla. — El sol siempre fue una estrella muy hábil, y con su talento logró que otros se acercaran a él y quisieran quedarse cerca. Es así como aún hay varios planetas orbitándolo, incluso el nuestro.
— ¿Qué diría Newton de esta historia?, abuelo.
— Ja, ja, ja. Deja volar la imaginación, hijito. Siente la historia que te estoy contando o no te la cuento.
— Está bien, disculpame, ya te voy a escuchar.
— Entre tanto movimiento estelar en el sistema solar, llegó la luna, nuestra luna, esa que vemos la gran mayoría de las noches. Y la luna se dio cuenta del sol, a pesar de estar tan lejos de él, a pesar de girar en torno a otro mundo, le llegó un chorrito de luz del sol, y no te imaginas lo contenta que se puso. La luna estuvo feliz, recibía esa luz y con todas sus fuerzas trataba de reflejarla.
Un día, el sol, después de tanto esforzarse sin ninguna retribución, recibió un chorrito de su propia luz, y se dio cuenta que allá a lo muuuy lejos, la luna se lo estaba devolviendo. Si la luna estaba contenta, el sol estaba 63.7 millones de veces más feliz. El sol no se cambiaba por nadie. Con cada persona que hablaba, él le compartía su felicidad y les decía que allá a lo lejos alguien que estaba en otro mundo estaba pendiente de su luz.
El sol y la luna comenzaron a compartir más y más cada que podían, porque algunas veces la luna desaparecía detrás del planeta tierra y bueno, el sol no le quedaba más remedio que esperar, pero cuando salía disfrutaba cada segundo, aunque fuera así de lejos.
Poco a poco se dieron cuenta de lo similares que eran, se dieron cuenta que aún con entornos tan diferentes, tenían muchas, muuuuchas cosas en común. Sintieron química, sintieron amor. Pasaron cientos de años siendo felices a la distancia, hasta que un día no se aguantaron y decidieron encontrarse, decidieron sentirse cerca. A que no adivinas qué pasó.
— Justo estaba pensado eso abuelito, cómo sería posible que tan lejos pudieran estar juntos 🤔
— Pues para que veas que lo imposible solo es algo que toma un poco más que lo usual. Después de miles de años llegó el momento del encuentro. Estaban muy felices porque para ese momento el amor que sentían era tan fuerte como la fuerza de gravedad que mantenía todo el sistema unido.
— ¿No dijiste que estaban unidos por el talento y la habilidad del sol?
— Me faltó el pequeño detalle de la gravedad… Bien, y después de desear tanto y por tanto tiempo estar juntos llegó el día. Y desde la tierra fue un evento inigualable, se podía apreciar cómo la luna y el sol se juntaron y solo se veía un alo de luz entre los dos. Le llamaron eclipse solar. Y las personas se reunían para ver el amor conjugado de esos dos.
El momento no duró tanto como ellos desearon, ¿sabes?, pero cada segundo lo disfrutaron como nunca antes. Y, a pesar de que haya sido tan poco, lograron compartir lo mucho que sentían por el otro.
El momento pasó, se tuvieron que separar y les volvió a doler la distancia. El sol y la luna tienen una conexión que pocos tienen el gusto de vivir, pero hay millones de kilómetros que no los dejan disfrutarla.
Diariamente el sol y la luna hablan a través de la luz, comparten y se disfrutan pero así a lo lejos. El sol constantemente debate consigo mismo sobre su estado antes del eclipse. No puede decidir si duele más haber conocido a la luna, haberla tocado pero no haber podido quedarse con ella, o haberse quedado sin conocerla, y haberla deseado toda su vida...