Me convertí en un asesino.
Tuve que hacerlo porque no había otra manera de terminar con este dolor.
Desde que te ví sabía que marcarías mi vida. Sabía que esos ojos marrones iban a darme luz.
Te vi y realmente tuve suerte de estar en ese preciso momento junto a ti y que la vida nos permitiera conversar. No recuerdo quién inició la conversación pero dudo que haya sido yo. Una mujer como tú intimida a cualquiera. Y nos desenvolvimos de una manera que jamás había sentido. Realmente no puedo recordar la razón por la que fui a ese lugar. Siempre he sido escéptico del destino, pero ir allí solo pudo ser obra del destino.
Fuiste esa persona que tocó mi corazón muy pronto.
Pronto tus ojitos ya se hacían chinitos mientras conversabamos porque te hacía algúun cumplido y cada vez que me sonreías con tus ojos no tienes idea de las ganas que tenía de tocarte la carita, de acariciarte. Sufrí las primeras semanas mientras entrábamos en confianza. Y no te imaginas el placer que fue hacerlo la primera vez.
Todas las cenas, los planes, las películas. Qué gusto haberlas compartido contigo. Todo parecía tan real. Tan profundo. Parecía irreal que en tan poco tiempo pudiéramos conectar tanto.
Realmente nunca te lo dije, pero muy pronto sentí que te amaba. Nunca lo mencioné porque tuve miedo de espantarte, tuve miedo de que las cosas se sintieran diferentes, tuve miedo de que pensaras que iba muy rápido. Yo solo quería seguir siendo feliz junto a ti.
Todo se ve como una escena de esas de película donde los protagonistas pasean juntos, van a parques de diversiones y toman café siendo felices con una canción romántica de fondo.
Siempre tuve una vida plana y vacía. Nunca había visto mi propósito tan claro. Nunca había sentido que la vida tuviera realmente un propósito. Pero luego de ese par de meses supe que mi propósito era estar junto a ti y descubrir lo que la vida tenía por ofrecernos. Pero ahí también supe que sin ti mi vida no tendría ningún otro propósito.
Sin ti no podría regresar a lo que era antes simplemente porque no era nada.
Todavía recuerdo a detalle el día que me dijiste que te ibas.
Sentí cómo las placas tectónicas de mi corazón creaban los andes.
Sentí cómo el apacible mar de mi corazón se transformaba en el estrecho de Magallanes.
Tantas cosas pasaron por mi cabeza en ese segundo.
Los hombres no lloramos pero creo que sabes la magnitud de mi dolor por esa lágrima que no pude contener.
Y si tuviera que regresar a ese instante sin duda haría lo mismo. Volvería a abrazarte. Abrazarte tanto tanto como ese momento.
Me convertí en un asesino porque sabía que nada ni nadie podría hacerme sentir ni un poco de lo que tú me hiciste sentir y así ya no tendría sentido mi vida.